Menciona a:
Jorge Enrique Adoum
Francisco Granizo
David Ledesma Vásquez
Ernesto Carrión
Santiago Vizcaíno
Victor Vimos
Fernando Escobar Páez
Quito, 1978. Ha realizado estudios de psicología, comunicación social y diplomado en varios idiomas. En Febrero del 2008 publica su primer libro de poesía ‘del Acabose (antología imaginaria)’ con Rueca editores, Quito. En el mismo año recibe el Premio Proyectos Literarios Nacionales por el Ministerio de Cultura con su libro de cuentos ‘Tratados de ociología’. Parte de su obra poética ha sido antologada en muestras, editoriales y revistas de diversos países de Latinoamérica como en Argentina con Big Sur, en Guatemala con Naipes Arreglados, y en Perú con Sol de Ciegos. Actualmente tiene listo su próximo libro de poesía ‘Bifronte (y ootrs tetxos)’ que saldrá bajo el sello de Eskeletra editorial a finales del 2011.
Poética:
Digamos que un poeta al comienzo es un neanderthal adivinando, procurando el fuego, hasta que logra las primeras chispas, las primeras sílabas, la sospecha de esa huella entre el silencio y el silencio, luego el neanderthal se disfraza de teórico cuántico, pero también de carpintero, enfermero, travesti, chulo, vedette, monje y pintor de brocha fina, -aunque a veces gorda, gruesa y larga, la brocha- quien se encarga entonces de restaurar el rayo primario, ese destello de la palabra en su primer estado, pero esta vez, con las bisagras en el aire, como protegiendo el armatoste, la presentación, la geometría de las palabras. Es un oficio más que una profesión, es un callejón con ventanas a mil caminos por seguir, pero callejón al fin. Es la condena del placer puro e inútil -y por lo mismo exquisito-, de inventarse las mentiras de la realidad desde la letra de la boca y decir: dios se ha dormido, su mano sonámbula ha caído sobre la tierra, puedo tocar su dedo, el dedo sonámbulo de dios, y esto es la poesía, y ya no importa dios.
Poemas:
ISLÍSIMA QUE SEREMOS
Mira la lanza que te envío, allá, entre la distancia y el beso: como un domingo de madera vieja.
Como una embarazada viendo al cielo desde una isla, pensando en las partículas de la nada.
Yo no prometo. Aquí no estoy. Comiendo carne cruda, mirando a la bandera desde la fiesta que es un velorio repetido.
Niños, acercaos, testen la viudez de los colores claros de la alegría.
Pinchen el ojo de la niebla mientras me revuelco entre alfileres viejos, con sus nombres del futuro.
En el fondo
de un balazo como un testamento como un beso,
lleno de estrellas en el menstruo,
rezo en la basura mientras relleno joyas con joyas llenas de aire.
Narcolepsia de alas viciadas, a punto de no explotar: como un gran dios en la mitad del baño pidiéndote que no creas.
Y sin embargo no es el color de mi asesino como una cabeza de gallo en la mitad del orgasmo.
Porque la fe está en el hielo.
Porque la fe está en el hielo.
Porque la fe.
Porque.
El Hielo.
HACIA EL NADIR
Entonces ese corazón tuyo era
una luz una luciérnaga un faro,
en el medio del hueso, en la mitad de la espada atravesada,
como un corcel que relincha en alta mar.
Y mis manos buscaban la luna bajo el agua,
el color de la noche como el color de tu grito.
Únicas las armas del tacto
reflejos de manzanas que respiran,
ya partidas por la mitad
con la violencia cortopunzante de los niños.
Y el cuerpo entonces flotaba
apenas quitado del tiempo, del aire,
apenas con un olor de algas brillando
en la arena de la noche.
Y la armadura de los sueños
-sobre la cual viajaban todos los antepasados-
era sólo luces, globos al infinito, sólo chispas
en la primera explosión de la saliva.
OCHENTAMIL CAMAS Y NINGUNA
Rescritura de una conversación con Mariana de Jesús Caicedo (q.e.p.d)
1.Una
Esta es la demanda de mi sangre puntual,
un río
desbocado
de colmillos
fuera de los labios,
un río
que incendia mi corazón
(y/o tu urgencia de orangután)
de pétalo atómico.
Aquí mis piernas,
sogas inmediatas,
auspician el ahogo,
(delincuente como tu felpa
húmeda y ardiente,
ese ángel de doble labio
al final riendo
de su sexo de herrumbre
como la palabra imaginaria)
sogas del sudor cóncavo
de nuestro incendio.
La balacera purificadora de su tacto
que tiembla
cual hija única y erecta
condenada a vida.
2.Dosis
Esa flecha de mis senos caídos
como quinceañera
sedienta
de aviones
y no de resignación
ante la sospechosa fealdad de los hombres.
Aviones
bombardeando la dulzura,
los pechos con el sello de mi voz,
ese veneno deseable,
el útero de mis besos,
furia voluntaria de los degollados.
Esta que soy,
ni gitana ni fuerte ni eterea,
mi devastación de silencio,
un grito de flores decapitadas
en el
cementerio
de todas las promesas,
en la
niebla
de todos los abrazos,
en la
palidez del agua
bajando
cual caricia de puñal de carne.
Este orgasmo
ciego de violencia,
esta zorra débil
cual ahorcada con los pies en la tierra.
Esta malvada y bella
misionera del desastre.
Esta serpiente de felpa en el medio
de mis senos.
Este cariño salvaje
de sobrevivientes
de los cuerpos rotos
de tristura o de dulceza
avanzando ciegos y mojados desde adentro
hacia el abismo de mi miel hirviente.
Este precipicio nunca materno
de mi abrazo,
látigo la lengua,
vulva latiendo
como estatua de sal
hacia el milagro de los ojos,
piedra flotante el beso
perdido y
desencontrado para siempre.
3.Trío
Ochenta mil deseos,
ochenta mil caricias siempre exhumadas,
camas como huesos sin sentencia,
camas
o alas repetidas
sin decencia de morir,
camas espejos submarinos
y secos de arder
como un dios mojado
que sólo nace a la altura de tu vicio.
Entonces el no tocarte.
He ahí la redención del colmillo perfumado
que guardo entre todas las versiones de mis piernas.