sábado, 14 de abril de 2007

VICENTE ROBALINO



























Menciona a:
Roy Sigüenza
Cristóbal Zapata
Ángel Emilio Hidalgo
Juan José Rodríguez
Ernesto Carrión


Ibarra, 1960. Estudios de Derecho en la Universidad Central de Quito, doctorado en Literatura en la Universidad Católica de Quito, Maestría en Literatura Iberoamericana en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue integrante de los talleres literarios de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, coordinados por Miguel Donoso Pareja, en Quito, en los años 80. Ha publicado los poemarios Póngase de una vez en desacuerdo (1990), Sobre la hierba el día (2001) y Cuando el cuerpo se desprende del alba (2006).

  • POÉTICA

A MANERA DE RECONOCIMIENTO

Creo que descubrí la poesía cuando tenía cinco o seis años y escuchaba a mi tía, una lectora empedernida, recitar un poema de Darío, “Los motivos del Lobo” y de ese poema mi tía hacía una historia en torno a la figura de San Francisco y me la contaba. Ella me decía que San Francisco aún vivía en una aldea y que casi no comía y que se vestía muy pobremente. También ella, en una noche terriblemente oscura, como son las noches en mi pueblo, señaló con el dedo el cielo y me dijo, que allí vivía Dios y que él veía todo lo que yo estaba haciendo.
En la escuela volvió a aparecer la poesía, pues una de las profesoras me enseñó a declamar, inmensos poemas patrióticos, como uno dedicado a Bolívar. En la secundaria escribí un soneto, por encargo, porque un hermano mío necesitaba pasar el curso , no recuerdo el texto de este soneto. Aquí conocí la narrativa de Borges, la de García Márquez y la del Rulfo. Recuerdo que leí “El hombre de la esquina rosada”, que no lo entendía, me parecía muy violento, casí lo leía como un cuento policial; mientras que Pedro Páramo era para mí un mundo muy extraño, igual que Cien años de soledad, creo que en esta época, leí a estos escritores más por obligación que por convicción.
En la Universidad estudié Derecho, porque mi padre me decía que era indispensable tener un abogado en casa, pues mis once hermanos restantes tenían diversas profesiones y sólo faltaba un abogado- Aunque la teoría del Derecho me ayudó a conocer la condición humana, la práctica me parecía denigrante, entonces la decepción de esta carrera llegó pronto. Después vino una etapa muy importante para mi formación como escritor: mi vinculación a los talleres literarios, coordinados por Miguel Donoso Pareja. De Donoso Pareja aprendí a reconocer la escritura como un oficio que exige una entrega total; a perderle el respeto a la solemnidad del lenguaje; y, descubrir, en mi creación, el humor. Precisamente, el resultado de mi paso por los talleres es mi primer libro de poesía, Póngase de una vez en desacuerdo (1990). Concluidos los talleres empecé a sentir cansancio por la ironía, y por la llamada antipoesía porque descubría, muy fácilmente su mecanismo. Entonces, empecé a leer a otros autores ,que nada o muy poco tenían que ver con el humor, como Eugenio Montale, Cesare Pavese, Saint John Perse, Yorgos Seferis,Constantino P. Cavafis T. S. Eliot y Salvatore Quasimodo. Estos autores me devolvieron, poco a poco, la confianza en la poesía lírica y me acercaron a los motivos de Dios, la soledad, la muerte, el tiempo que están presentes en mi segundo poemario, Sobre la hierba el día (2001). Además, debo mencionar, en esta etapa de mi creación, las lecturas que hice de Jorge Guillén y de Luis Cernuda. De ellos aprendí a incorporar en mi poesía el silencio como un elemento constructivo de reconocimiento de mi yo individual y del otro como copartícipe del acto creador. Mi tercer poemario (Cuando el cuerpo se despierta del alba (2006) es deudor de una poeta de la desolación, Alejandra Pizarnik y de un gran indagador de la condición humana, Ernesto Sábato. Ellos intensificaron en mí la percepción del silencio, no como recurso retórico, sino como elemento inseparable del acto creador. Ahora estoy escribiendo un cuarto poemario que aún se mantiene en la penumbra del querer decir.


EL QUERER DECIR Y LO DICHO

El poema no explica nada por sí mismo, aunque su construcción nos conduzca hacia la posibilidad del sentido, sentido que no se agota con la exploración lectora, por el contrario, siempre estamos volviendo, una y otra vez, a re-correr ese camino del lector. Así nos apropiamos, por instantes, de aquella musicalidad interior que emana de un querer decir, porque un poema va más allá de lo dicho, para convertirse en un eterno querer decir. Precisamente en ese futuro del querer decir se juega la vida el poeta como sujeto de ese deseo creador, pues está como Tántalo, en espera de la llegada de las palabras, para verlas partir, desaparecer de sus labios. Sólo de esa sed del querer decir brota el poema..
El querer decir del poema es también penumbra: espacio no revelado al que jamás entramos realmente, pero al que intentamos acercarnos como el señor K al castillo; sin embargo, nuestra imaginación sí llega hasta él, desde la intuición metafórica o desde la aliteración, la rima o el hipérbaton…

El poeta, si bien nos conduce hasta los umbrales de lo dicho, enseguida, nos devuelve a la sonoridad presentida de una “postrera/sombra”, mientras que la contemplación del “blanco día” es sólo aspiración. El claroscuro acompaña al acto creador como un destino, una predestinación. De este espacio teñido de incertidumbre emerge el poema en toda su plenitud. Asimismo, el querer decir es silencio: silencio que lentamente se transfigura en lenguaje no revelado, es una presencia-ausencia que bordea el sentido hasta obligarlo a significar.
Si el acto creador es una lucha infernal entre el querer decir y lo dicho, la escritura como elección de vida es un espacio exento de restricciones y convenciones, donde sólo se puede llegar a crear cuando convertimos al acto creador en una necesidad, en un alimento diario. Fuera de la escritura no hay más que vacío o una realidad que, por sí misma, es pobre; en ella el ser humano ha sido convertido en una cosa, en un objeto..

  • POEMAS
*
Algún día vamos a subir
hasta la rama más alta.

El rumor de las hojas
despertará al cordero.



*
Nos ha dejado la noche
para que pesemos
la miseria de nuestros días
y envidiemos a los árboles
que viejos y deshabitados
aún sostienen el cielo


*
Un insecto camina
sobre una inmensa piedra.

Detenidos en la oquedad
tiempo y cielo implacables.