jueves, 15 de marzo de 2007

CÉSAR EDUARDO CARRIÓN




Menciona a:
Juan José Rodríguez

Luis Carlos Mussó

Ernesto Carrión

Angel Emilio Hidalgo

David G. Barreto


Quito, 1976. Es Magíster en Literatura y Licenciado en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) y Magíster en Filología Hispánica por el Instituto de la Lengua Española del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España. Es profesor de la PUCE, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO-Sede Ecuador) y de la Universidad de las Américas (UDLA-Ecuador).
Ha sido miembro del comité editorial de la revista de ensayo y poesía País secreto. Ha publicado sus reseñas críticas y ensayos en la revista Letras de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y en la revista Kipus. Ha colaborado en los principales periódicos de Quito como redactor y columnista invitado. Ha participado en encuentros literarios nacionales como ponente y organizador.
En diciembre de 2006, publicó Revés de luz, su primer poemario. En la actualidad, está preparando un extenso estudio sobre la poesía hermética de César Dávila Andrade.




  • POÉTICA

A manera de poética, dos poemas de Revés de Luz:


EL ÁRBOL

Pronuncias la sola palabra
árbol:
la savia hierve, la hojas supuran
canto
(canción vacía de tiempo,
tiempo de canto vacío,
vacío que canta tiempo).
En la raíz se agita la voz:
solamente un verso,
sólo una palabra…
Arremetes contra el papel,
y el bosque entero
calla.


REVÉS DE LUZ

Esta ventana:
un haz sin envés,
un revés de la luz atrapada
entre cuatro paredes
de agua,
un vértigo petrificado
sobre el dosel de la mirada,
un espejo sin azogue,
un abismo horizontal,
una palabra.




  • POEMAS


Uno

Llego al desierto preciso de aquel mediodía,
donde hervía mi sombra.
Multitudes de arena defienden la piedra desnuda.
Las huellas engendran mi polvo.
Cierro la boca, me muerdo la lengua
y sangra. Esta piedra
se disuelve entre los labios, no me deja recordar
el aroma que exhalaba. ¿Era saliva, era la sangre, era sudor?
Espero la canícula
sentado en otra piedra
como el que aguarda la llegada del silencio.


Dos

Como si no hubiera amanecido todavía suficiente,
gallos automáticos y eufóricos
prenden fuego,
tierra y aire
¡agua, incluso!
Y quiero dejar de decir estos nombres,
que apenas pronuncio.
Y quiero olvidar para siempre
la piedra desnuda. Y no quiero
ni la tierra ni el agua ni el aire ni el fuego.


Tres

La promesa del agua carcome el desierto,
aunque nubes más negras no cumplan
la tormenta que amenazan,
aunque mis palabras sean ruidos parecidos a la lluvia,
y no llueva.
Sobre la arena se precipitan estas miradas.
Y cae la lluvia
sobre otra piedra.


Cuatro

En el aire que deja la sangre,
edificios de fuego desplazan los cuerpos
de millares de bestias extintas,
de millares de piedras ajenas
de millares similares
a esta huella.


Cinco

Apedrea el ventanal de tu casa.
Lanza la ropa que apesta a difunto.
Desgarra las heridas de los muros.
Arroja a la calle la cal y el cemento.
Si no encuentras la piedra de entonces,
arroja tu cama, el sillón o la mesa.
Incinera tu casa. Repatria tu huella.
Destroza esta misma ventana.
Sé tú la primera piedra.
Que sea una piedra
y no el abismo,
el cristal definitivo.




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