lunes, 9 de febrero de 2009

JAVIER CEVALLOS PERUGACHI



Menciona a:

Fernando Escobar Páez

María de los Ángeles Martínez

Cachivache

Juanjo Rodríguez

Ernesto Carrión

Ángel Emilio Hidalgo

Paúl Puma

Enver Carrillo

Alexis Cuzme




Quito, 1976. Poeta, actor y dramaturgo. Ha publicado La ciudad que se devoró a sí misma (2001) y C (2005). En 2008 estrenó su obra de teatro El Danzante, en el convento de San Agustín, de Quito.



  • POÉTICA


El poema siempre será un pasado, nunca el futuro. Como un entrecruzamiento de calles, nacidas del azar o la necesidad, que va cobrando sentido mientras más se vaya alejando el viajero. Como el reflejo de la ciudad primigenia en todas las ciudades que visitarás después. Es necesario, entonces, utilizar la memoria como un instrumento de organización, como una mirilla donde se decodifican estos mensajes cifrados. El poema es cifra y cada poemario, una serie de fragmentos que se juntan y forman un todo coherente. El poema es el poema. Y nada más.





  • POEMAS



OFELIA

En mi ausencia cifro la venganza.


Mientras me abandono a la corriente

se llora en los pasillos y arcadas.


Mi lengua, amordazada en nenúfares

y mi boca, sellada por el lodo,

van dejando un rastro en las orillas.


Soy el cuerpo que ha sido desechado,

la forma amada que se desvanece,

el nombre que no será nombrado.


Es mi llanto el que acrecienta el caudal:

se pierde más en el infortunio que en la muerte.


Decido que he amado


Asumo para mí

la locura del viajero:

conozco el puerto

mas ignoro el itinerario.


La venganza se repliega en la mano.


El caballo bravío

y el liquen espumante.


El gesto excede al limo.

Bajo el pantano, el placer del exceso,

el efluvio delirante de la putrefacción.


Me confundo con los gritos,

borro las huellas que dejé atrás,

me sumerjo en el lodazal.


Cómplice


La mirada se hace necesaria

empapando el vestido.


Estoy aquí porque así lo quise;

mi rostro, mis pechos serán bellos

en tanto las rocas no los golpeen.


Los ojos se deleitan en mi piel moribunda,

cada tarde mutilada,

cada miembro desatado,

piedra a piedra,

olvido y ausencia,

sueño del abandono.


¿Quién abandona al otro?

¿Yo, empapada de venganza,

una con el lecho del río?

¿Tú, cuya prisión es nostalgia

y tu condena, el olvido?


El cauce bebe mi abandono.


Arrastro los secretos de la hiedra,

el susurro del pedernal sonoro,

el agua que conquistará la piedra

y las marcas en el árbol absorto.


Tras de mí, la agonía aumenta,

el solitario se sabe más solo.


La venganza ha sido consumada.


Ha tomado forma

en silencio escindido

y conjetura dolorosa.


Se establece la sospecha:

el sexo se encabrita apasionado.


En los labios, la mentira,

la división y el miedo.

Habito el infierno construido,

anhelado,

el borde del gemido y la piel.


Llevo el cuerpo coronado de espinas:

delirio de acero,

deseo cercado por la indiferencia.

Encierro al dolor,

lo doblego como a ganado nuevo,

permito

tan solo

que contemple las orillas

lejanas


inalcanzables.

Bajo la lengua guardo el rescoldo,

aquello que, alguna vez, incendió las palabras.


Cuando sea una con el silencio,

iré de regreso al hogar.


(de C)




OFELIA CITY




I


A los viernes pertenece el fulgor del cuerpo,

esa sensualidad que nos arroja al otro

y de aquel a otro, nuevamente,

hasta que ya no reconocemos las heridas.


Las voces del pasado resuenan entre nosotros,

replegándose con un gesto imperceptible.


El cuerpo tatuado del amante

es un palimpsesto de caricias y labios:

será la misma piel pero se sabrá distinta

y anochecerá y amanecerá, nuevamente.



II


El día del viajero nunca se parece a otro

aunque, en apariencia, sea como cualquiera.

Aunque el mismo sol amanezca,

no será el mismo día, ni la misma luz.


Ese rostro que se asoma

a cientos de fotografías ajenas

es como un cenotafio de nostalgia

o un monumento de pasado.


Es un yo que se esfuma en otoño,

retratado entre el click de la máquina

y un parpadeo del observador.


Hay quien viaja

sin llegar a lugar alguno:

un árbol viejo, aferrado al risco,

que no merece ser observado.


Oscuro como una noche estéril



III


No es hoy ese viernes.


El hastío envenena la comida

y va borroneando los recuerdos

en el quito del dosmilcinco.


La soledad es una lata de cerveza

bajo el sillón,

es el fregadero repleto,

la cama y el libro de poemas.


Es un día que aparenta ser viernes

mientras se oculta tras la resaca

y la visita familiar.


Pequeña muerte.





(inedito)