In Memoriam
Guayaquil, 1934-1961. Poeta y periodista. En los cortos veintisiete años de su vida, fundó un grupo poético "Club 7", con su revista, junto a Ileana Espinel, Gastón Hidalgo, Sergio Román Armendariz y Álvaro San Feliz. Publicó en vida: Cristal (1953); Club 7 -coautor- (1954); Gris (1958); Los días sucios -coautor- (1960). Además están sus libros: Cuaderno de Orfeo -póstumo- (1962); Antología personal -póstumo- (1962); La risa del ahorcado o La corbata amarilla -inédito-; Poemas para Guatemala -inédito-; Elegías -inédito-; Teoría de la llama -inédito-; Cuba en el corazón -inédito e inconcluso-. Consta en las antologías: Lírica ecuatoriana contemporánea (1979); Poesía viva del Ecuador (1990); La palabra perdurable (1991) y Manglar de voces (2009).
- POETICA POSIBLE
Yo nací con el símbolo errante de todas las gaviotas.
Con los pies andariegos y sueltos;
con la sed de la miel del camino,
con las manos queriendo ser alas
y los ojos buscando horizontes...
- POEMAS
DISTINTO
El pájaro que tiene solo un ala,
la naranja cuadrada,
el árbol tenso
que tiene raíces para arriba
y el caballo que galopa para atrás,
solo ellos me entienden.
Mis hermanos,
mis diferentes semejantes que amo.
Y un día,
distinto,
sin pareja,
con ellos cavaré un hoyo muy negro
donde meterme con mi sombra a cuestas.
Me decían los chicos de la escuela
-Aprende la aritmética.
-David, estudia la aritmética…
-Tú no sabes aritmética. ¡Eres un tonto!
Me gritaba mi padre diariamente:
-Estudia la aritmética,
¡aprende la aritmética!...
Si no sabes la tabla de sumar,
no irás al cine el domingo,
ni al corrousel, ni al foot-ball…
Hay que saber que dos y dos son cuatro
para poder vivir.
Me rogaba mi madre, entristecida:
-Aprende la aritmética,
estudia la aritmética:
si no sabes restar y dividir
no tendrás un futuro,
ni dinero, ni casa, ni amigos, ni coche…
Y no aprendí las tablas de aritmética.
Ni he logrado el futuro, ni el coche, ni el amigo;
pero he tomado todos los dones de la Vida,
gozándolos intensa y plenamente.
De pronto,
como cortado o incompleto,
como un silencio nada más,
desciendo,
como una sequedad en la garganta,
como una pausa en que vacila el aire.
Amor mío… Amor mío…
¿Qué cosa puedo darte?
Tú me has dado tan solo tu presencia,
tu sonrisa y a veces tu aliento,
una proximidad nada más.
Yo te regalo un muerto. Cuídalo bien.
Es tuyo.
Solamente recuérdalo,
cierta fecha de octubre
porque donde tú naces yo termino.
Y mientras tú me pienses, viviré.
De pronto
toda la vida se hace un punto,
se hace un grito,
se hace la más perfecta y dulce música.
Perdóname, hija mía. No conozco
sino tu leve risa de inocencia.
Perdóname si sola, si desnuda,
si limpia te he dejado;
torno a la soledad. Allí he vivido.
Perdóname, tú, madre.
No me entienden.
Si un ruido horrible suena en la cabeza,
si una cosa sin nombre nos agobia,
si algo estalla de pronto… ¿Qué ha de hacerse?
El prudente tal vez buscará un médico,
el ocioso tal vez dejará estarse las venas en su sitio,
pero el que es todo corazón y siente
por el pellejo igual que las arterias,
¿qué ha de hacer, me pregunto?
Si de pronto
uno repugna ante uno mismo.
Si cada corazón,
cada pulgada
de íntimo dolor pesa y resuena
como pasos andando por adentro,
como trompadas…
Amor mío, perdóname. Lo sé.
Ahora ya puedo amarte. Nada más.
Puedo decir que estoy en ti, que vivo
libre, sin huesos,
como un aire vivo,
como algo que sí puedes amar.
Ah! Lo demás. Ya lo demás no importa…
Simplemente no se es.
No quedan huecos.
Apenas un momento de silencio
y nada más.
La rueda sigue andando.
El molino no deja de moler.
Ni nadie pierde su trabajo a causa de un tornillo que se rompe.
¿Lloran? No sé.
Yo no he querido el llanto.
Adoro las inmensas bocas frescas
que se abren al impulso de la risa.
Y la música adoro. Y la alegría.
Y las cosas más limpias de los seres:
por ejemplo, los besos, los adioses,
la mano que se pone sobre el hombro,
los niños y los perros indefensos.
Pero de pronto es necesario irse.
De pronto es necesario ser no-ser,
abrirse una ventana,
o acabarse
sencillamente
como podremos hoy, mañana o el Domingo
tú, yo o fulano
hacer paréntesis,
borrarse del paisaje, hacerse humo.
donde meterme con mi sombra a cuestas.
ARITMÉTICA
Me decían los chicos de la escuela
-Aprende la aritmética.
-David, estudia la aritmética…
-Tú no sabes aritmética. ¡Eres un tonto!
Me gritaba mi padre diariamente:
-Estudia la aritmética,
¡aprende la aritmética!...
Si no sabes la tabla de sumar,
no irás al cine el domingo,
ni al corrousel, ni al foot-ball…
Hay que saber que dos y dos son cuatro
para poder vivir.
Me rogaba mi madre, entristecida:
-Aprende la aritmética,
estudia la aritmética:
si no sabes restar y dividir
no tendrás un futuro,
ni dinero, ni casa, ni amigos, ni coche…
Y no aprendí las tablas de aritmética.
Ni he logrado el futuro, ni el coche, ni el amigo;
pero he tomado todos los dones de la Vida,
gozándolos intensa y plenamente.
EL POEMA FINAL
De pronto,
como cortado o incompleto,
como un silencio nada más,
desciendo,
como una sequedad en la garganta,
como una pausa en que vacila el aire.
Amor mío… Amor mío…
¿Qué cosa puedo darte?
Tú me has dado tan solo tu presencia,
tu sonrisa y a veces tu aliento,
una proximidad nada más.
Yo te regalo un muerto. Cuídalo bien.
Es tuyo.
Solamente recuérdalo,
cierta fecha de octubre
porque donde tú naces yo termino.
Y mientras tú me pienses, viviré.
De pronto
toda la vida se hace un punto,
se hace un grito,
se hace la más perfecta y dulce música.
Perdóname, hija mía. No conozco
sino tu leve risa de inocencia.
Perdóname si sola, si desnuda,
si limpia te he dejado;
torno a la soledad. Allí he vivido.
Perdóname, tú, madre.
No me entienden.
Si un ruido horrible suena en la cabeza,
si una cosa sin nombre nos agobia,
si algo estalla de pronto… ¿Qué ha de hacerse?
El prudente tal vez buscará un médico,
el ocioso tal vez dejará estarse las venas en su sitio,
pero el que es todo corazón y siente
por el pellejo igual que las arterias,
¿qué ha de hacer, me pregunto?
Si de pronto
uno repugna ante uno mismo.
Si cada corazón,
cada pulgada
de íntimo dolor pesa y resuena
como pasos andando por adentro,
como trompadas…
Amor mío, perdóname. Lo sé.
Ahora ya puedo amarte. Nada más.
Puedo decir que estoy en ti, que vivo
libre, sin huesos,
como un aire vivo,
como algo que sí puedes amar.
Ah! Lo demás. Ya lo demás no importa…
Simplemente no se es.
No quedan huecos.
Apenas un momento de silencio
y nada más.
La rueda sigue andando.
El molino no deja de moler.
Ni nadie pierde su trabajo a causa de un tornillo que se rompe.
¿Lloran? No sé.
Yo no he querido el llanto.
Adoro las inmensas bocas frescas
que se abren al impulso de la risa.
Y la música adoro. Y la alegría.
Y las cosas más limpias de los seres:
por ejemplo, los besos, los adioses,
la mano que se pone sobre el hombro,
los niños y los perros indefensos.
Pero de pronto es necesario irse.
De pronto es necesario ser no-ser,
abrirse una ventana,
o acabarse
sencillamente
como podremos hoy, mañana o el Domingo
tú, yo o fulano
hacer paréntesis,
borrarse del paisaje, hacerse humo.